Esta investigación parte de la premisa, según la cual, estamos asistiendo a un cambio de época que inició con una etapa de transición, que inicia con la caída del muro de Berlín y termina en 2001 con el derrumbe de las Torres Gemelas. El objetivo que se persigue es problematizar y abordar la inestabilidad que caracteriza este periodo de transición y reconfiguración mundial, en las que se han producido fracturas globales que han dado lugar a cambios geopolíticos y geoeconómicos. Se hace uso de la metodología cualitativa, específicamente, la revisión documental y el análisis hermenéutico, en tanto, consiste en un análisis histórico y de coyuntura. Mientras que, desde el punto de vista teórico, es un estudio interdisciplinario, que utiliza las teorías estructuralista y transnacionalista para realizar el análisis.
Palabras-claves: Geopolítica; Geoeconomía; Geoestrategia; Orden Mundial.
Introducción
Esta investigación parte de la premisa, según la cual, estamos asistiendo a un cambio de época que inició con una etapa de transición, que va desde la caída del muro de Berlín y termina en 2001 con el derrumbe de las Torres Gemelas. A partir de ese momento, se evidencian una serie de crisis, fracturas y cambios que van desconfigurando viejas estructuras surgidas de los acuerdos de Bretton Woods, así como también de la institucionalidad nacida luego de la Segunda Guerra Mundial, con implicaciones geopolíticas, geoeconómicas y geoestratégicas; para luego dar paso a la configuración de un nuevo orden mundial que luce incierto, especialmente, en un contexto de pandemia por causa de COVID-19.
Con este estudio se intenta mostrar los diversos cambios que ha sufrido el sistema internacional desde la década de 1990 hasta la actualidad, señalando las múltiples crisis que se han ido acumulando. El objetivo que se persigue es problematizar y abordar la inestabilidad que caracteriza este periodo de transición y reconfiguración mundial, en las que se han producido fracturas globales que han dado lugar a cambios geopolíticos y geoeconómicos.
Para ello, se hace uso de la metodología cualitativa, específicamente, la revisión documental y el análisis hermenéutico, en tanto, consiste en un análisis histórico y de coyuntura. La hermenéutica es un método de interpretación de los hechos históricos “pero no como un relato de hechos, sino examinando el presente como el resultado acumulativo de una serie de capas históricas” (TIUSABA; BARRETO; CERON, 2019, p. 223), de tal forma que el sistema internacional actual viene a ser “una manifestación del pasado, resultado de un complejo proceso histórico” (TIUSABA; BARRETO; CERON, p. 223).
Desde el punto de vista teórico, es un estudio interdisciplinario que, por un lado, utiliza la articulación de conceptos transversales como geopolítica, geoeconomía y geoestrategia para comprender las dinámicas que se producen en un entorno internacional globalizado, interdependiente y complejo. Donde la geopolítica se entiende como “teoría y acción de análisis de la política exterior de los Estados en el sistema mundo, que atraviesa todas las dimensiones de las ciencias sociales” (JAGUARIBE; RIVAROLA; CALDUCH, 2017, p. 275), en la cual la geoestrategia no es más que la estrategia en una concepción más moderna, que permite alcanzar objetivos geopolíticos en partes considerables del mundo que pueden abarcar hemisferios, océanos o zonas aero-espaciales. Así, la geoeconomía que se manifiesta al final de la Guerra Fría, busca objetivos similares a los geopolíticos, pero mediante el uso de recursos y capacidades económicas.
De igual manera, se utilizan las teorías estructuralista y transnacionalitas, los cuales, nos permiten comprender el funcionamiento del sistema internacional luego de la caída del Muro de Berlín, las fracturas que se dieron a partir del 11 de septiembre de 2001, así como el conflicto entre Estados Unidos (como hegemonía global) con las potencias emergentes China y Rusia. En este sentido, Estados Unidos, China, Rusia son entendidos como actores geopolíticos y geoeconómicos que despliegan sus geoestrategias en función de sus intereses geopolíticos y geoeconómicos. Es importante recalcar que no son los únicos actores que se mencionan en el estudio, aunque si son estos en los que más énfasis se hace por su calidad de potencias mundiales. Igualmente, es importante señalar que no nos orienta una visión estatocéntrica del sistema internacional.
Un mundo en transición
El mundo que conocemos en la actualidad es el resultado de una serie de perturbaciones y crisis políticas, económicas y sociales derivadas de la ruptura del antiguo esquema bipolar de las relaciones internacionales. El final de la Guerra Fría1 dejó a las dos principales potencias mundiales lesionadas, la Unión Soviética (URSS) colapsó y se desmembró, mientras que Estados Unidos (EE. UU.) quedó con signos evidentes de agotamiento, no obstante, ambas conservaron intacta su capacidad nuclear. Estados Unidos, a pesar de su debilitamiento, se erigió como la hegemonía global2 sustentándose en el poder de su aparato militar y el de su moneda, pues no contaba con ningún rival lo suficientemente fuerte para desafiarlo.
La década de 1990 estuvo determinada por la idea de la globalización que interconectó a todo el mundo, para ello fue vital la disposición del word wide web (red informática mundial) mediante el uso de internet. Además, del posicionamiento del capitalismo como sistema económico-financiero imperante, que avivó la esperanza de una paz duradera entre los Estados, así como la preeminencia de los valores occidentales de democracia, progreso, derechos humanos y derecho internacional que fueron admitidos como universales, aunque sin consenso en su aplicación (KISSINGER, 2014). Lo que caracterizó esta época fueron las expectativas sobre las cualidades que asumiría el nuevo Orden Mundial. La academia estadounidense fue bastante prolífera en cuanto a los pronósticos de cómo debería ser ese nuevo orden mundial y qué rasgos distintivos tendría, así como el rol que EE. UU. estaba llamado a ejercer como hegemonía, algunos autores como Henry Kissinger (2014), Samuel Huntington (2001), Zbigniew Brzezinski (1998), Stanley Hoffman (1988), por citar algunos nombres, se aventuraron a exponer sus apreciaciones al respecto.
De acuerdo con dichos pronósticos el “Nuevo Orden Internacional supondría la configuración de un nuevo sistema político-diplomático, basado en el protagonismo hegemónico de los Estados Unidos y en el imperio del Derecho Internacional y de la paz, tal como son entendidos por ese país” (DEL ARENAL, 2001, p. 25). Pero la realidad fue que el mundo sufrió profundas modificaciones, aunque no se hizo más pacífico, ni más democrático, tampoco un lugar de respeto de los derechos humanos, y mucho menos más respetuoso del Derecho Internacional. Al contrario, nuevos y viejos problemas se hicieron más evidentes, se propagaron las crisis y todo se complejizó. James Rosenau (1998) lo calificó, en su oportunidad, de un mundo fragmentado y de desorden generalizado.
Todos los conflictos que se encontraban comprimidos bajo el esquema de Guerra Fría quedaron en libertad de detonar en el momento menos esperado. En síntesis, el sistema internacional, si bien, siguió siendo descentralizado, coexistió con múltiples centros de poder. También coexistieron los multilateralismos con los regionalismos, los transnacionalismos con los nacionalismos, lo global con lo local, los Estados como unidades privilegiadas del sistema empezaron a compartir ese privilegio con múltiples y nuevos actores, tanto transnacionales como nacionales y locales. Los asuntos de seguridad compitieron, en importancia, con los aspectos económicos, ambientales y muchos otros que ampliaron la agenda internacional, no obstante, ahora el Estado-nación lucía debilitado, fragmentado, en crisis, con un poder difuso.
La década de 1990 desde el punto económico enfatizó el regionalismo, fue la época de los bloques económicos, se consolidó la Unión Europea (1993), se pregonaron los Tratados de Libre Comercio, se constituyó la triada económica de América del Norte (México, Canadá, EE. UU.), Europa (UE, Noruega, Suiza) y Asia (Japón, Corea del Sur). En 1991 se crea la Comunidad de Estados Independientes (CEI), en 1996 se inicia la creación de la Organización de Cooperación de Shangai3 (OCS) y en 1998 de la Comunidad Económica Euroasiática4 (CEEA), de tal forma que el mundo adquiere carácter multipolar creando diversos centros de poder.
El gran triunfador de la década fue el fenómeno de la globalización, mientras el perdedor fue el Estado nacional. Los efectos de la globalización se observaron en todos los espacios de la vida de los individuos y de los Estados, se presentaron paradójicos y muchas veces contradictorios, al mismo tiempo como incluyente y excluyente, modernizadora y desmodernizadora, totalizante y fragmentadora, uniformizante y diversificante, democratizadora y autocratizante. La apertura del comercio permitió acelerar el crecimiento de muchos países (como los llamados Tigres Asiáticos, China India), sin embargo, profundizó las contradicciones del sistema capitalista y ese crecimiento pronto se ralentizó, en un contexto mundial desigual y asimétrico.
El desenlace final fue el incremento de los conflictos sociales, étnicos, religiosos, migraciones masivas, aumento de la pobreza y el hambre; sistemas políticos inestables, democracias debilitadas, Estados permeados por fuerzas transnacionales del mercado y los flujos de información, los cuales se encontraron imposibilitados para regular los intercambios económicos, culturales. Se debilitaron las fronteras nacionales, se pusieron en jaque las instituciones políticas, los partidos políticos, los poderes públicos y como consecuencia se produjo una fuerte crisis de legitimidad, de valores, de las ideologías, de gobernabilidad, de las democracias. De tal forma, que el arribo al nuevo milenio llegó en el marco de una suerte de crisis multidimensional y multicausal.
Principales Fracturas globales
A partir del ataque del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center de Nueva York5 se retomaron los análisis geoestratégicos y geopolíticos, producto del endurecimiento de la estrategia de seguridad de EE. UU., se adoptaron medidas antiterroristas que lograron la neutralización de Al-Qaida y de los talibanes. No obstante, el costo de la guerra en Afganistán significó un desconocimiento constante al Derecho Internacional y al respeto de los derechos humanos6. Por tanto, la gobernanza internacional se hizo deficitaria y se abrieron las oportunidades para el desencadenamiento de frecuentes crisis, las relaciones de poder se hicieron cambiantes, la cooperación se debilitó y no se logró consenso sobre el uso de los bienes públicos globales7.
De tal manera, que el siglo XXI apareció enmarcado en un contexto internacional caracterizado por tiempos caóticos, turbulentos, imprevisibles y de gran incertidumbre, traducidos en una crisis civilizatoria multidimensional y multicausal que ha hecho cuestionar las preconcepciones de la realidad internacional. De allí es que la palabra crisis toma relevancia, si hacemos un inventario de manera superficial encontramos:
a) crisis económica que se evidencia desde 2008, crisis alimentaria con 820 millones de personas con hambre en el mundo para 2019, b) crisis climática con diversos fenómenos que han puesto en jaque a los países (incendios, huracanes, tormentas, terremotos, deshielos, sequias, inundaciones), c) crisis de refugiados con alrededor de 70 millones de refugiados y desplazados en 2018, d) crisis de seguridad evidenciada en las constantes amenazas del terrorismo internacional y confrontación nuclear, e) crisis de la democracia, tanto en países avanzados como en los menos avanzados; materializando el declive de las clases medias, surgimiento creciente de xenofobia y aporofobia, desmantelamiento del estado de bienestar, desencanto en las diversas formas de representación, emergencia de nacionalismo, supremacismo blanco y fundamentalismos religiosos, lo cual se traduce en crisis del Estado-nación como entidad soberana y d) crisis sanitaria que ha puesto en jaque los sistemas sanitarios nacionales, luego de haber experimentado diversas epidemias en lo que va del siglo como: SARS (2003), H5N1 (2005), H1N1 (2009), MERS (2012), Ébola (2014) y en 2019 sorpresivamente se produce la pandemia de COVID-19 que ha obligado a todos los Estados a decretar cuarentenas que han paralizado prácticamente al sistema, este es el contexto desde el cual se hace esta investigación.
vivimos tiempos de cambios económicos, sociales y políticos extraordinarios. El rápido progreso tecnológico y digital, el envejecimiento de la población, una mayor migración, el progreso del capital humano, la mayor prevalencia del cambio climático, el impacto heterogéneo de la globalización en los diversos grupos socioeconómicos y el creciente descontento social son algunas de las megatendencias más notorias que se han intensificado en los últimos años (OCDE, 2019, p. 17).
Siendo el Estado nacional, el principal actor de las relaciones internacionales, su crisis sistemática es de gran importancia para entender los cambios internacionales que le siguen. Desde el momento en que se empezó a profundizar la globalización, las fronteras se hicieron más porosas y las ideas de soberanía, poder y homogeneidad que le caracterizaban se fueron diluyendo generando una crisis de los sistemas políticos en cuanto a su capacidad reguladora y en su legitimidad, aflorando una variedad de identidades que reclaman su derecho a existir, bien sea como minorías o como mayorías, preservando sus diferencias. Esto conlleva a afirmar, en consonancia con Manuel Castells (2019), la tendencia a la ruptura del Estado-nación, en la cual el Estado se globaliza y la nación se repliega sobre las identidades. En la medida que la ciudadanía nacional se tiende a descomponer, el vínculo político se hace poco claro y entra en disolución, lo cual genera implicaciones políticas para los extranjeros, los refugiados, los solicitantes de asilo, las minorías étnicas, entre otros.
La incapacidad de los Estados de ofrecer o garantizar seguridad y estabilidad a sus ciudadanos es evidente, en muchos casos se han visto permeados por el crimen organizado tras persistentes crisis internas de gobernabilidad, a estos se les ha denominado estados fallidos8 o débiles y por tanto, se han convertido en un problema de seguridad internacional y en blancos legitimados para intervenciones internacionales. Así, de acuerdo con Gareth Evans (2004) “Junto con la proliferación de las armas de destrucción masiva y el terrorismo internacional, el tema de la delincuencia de los Estados es uno de los tres mayores problemas de seguridad de las primeras décadas del siglo XXI” (GARETH, 2004 apud SANTOS VILLARREAL, 2009, p. 24).
El Estado, en muchos casos, se ha vuelto ineficaz porque no puede hacer cumplir sus leyes uniformemente debido a las altas tasas de criminalidad, corrupción extrema, un extenso mercado subterrâneo o informal, burocracia impenetrable, ineficacia judicial, interferencia militar en la política, grupos de poder fácticos que imponen sus decisiones sobre la aplicación de la ley, la ley misma y el interés general (SANTOS VILLARREAL, 2009). La cuestión es que los problemas son de carácter globales pero las instituciones de gestión siguen siendo nacionales (CASTELLS, 2019).
En el interín, la dinámica internacional demuestra que aunque EE. UU. se ha mostrado cada vez más ineficiente9 para controlar el sistema internacional, simultáneamente, sus acciones internacionales son cada vez más agresivas, queriendo controlar todo mediante el uso de sanciones, amenazas y de amedrentamiento militar, especialmente, acentuándose esto con la llegada al poder de Donald Trump. Mientras que otros actores que han venido fortaleciéndose como Rusia y China promocionan y utilizan la economía, la ciencia y la tecnología bajo otra modalidad más pacífica como estrategias alternativas para hacerse con una posición más dominante en la escena internacional y proponer un estilo de gobernanza diferente a la occidental.
Un mundo en disputa por la supremacía global
Como bien señaló Zbigniew Brzezinski (1998) EE. UU. se convirtió en la única potencia global conocida en la historia al “controlar todos los océanos y mares del mundo, (…) [al desarrollar] una capacidad militar activa en el control anfibio de las costas que les permite proyectar su poder tierra adentro de maneras políticamente significativas” (BRZEZINSKI, 1998, p. 31), controlando militarmente el extremo oriental y occidental de Eurasia y el Golfo Pérsico, además de contar con una dinámica económica que le ha permitido ejercer esa primacía global. Pero ante las crecientes crisis dentro del sistema internacional su capacidad de gestión se ha visto seriamente cuestionada, además su otrora economía fuerte se ha ido visiblemente deteriorando10.
Esto ha hecho que emerjan estados disidentes de la política estadounidense y no occidentales que progresivamente han creado nuevos centros de poder económicos, comerciales y políticos alternativos para determinar la agenda internacional, como Rusia y China, además de India, Turquía, Irán, Corea del Norte, países que han entrado en un proceso de disputa por la supremacía mundial, de cuestionamientos y desafío a la autoridad internacional estadounidense. Igualmente, en América Latina11, se produce una disidencia importante con respecto al influjo estadounidense, tras la emergencia de gobiernos progresistas en varios países de la región a partir de 1998, los cuales asumieron una agenda antimperialista, autonomista, integracionista y en oposición al modelo de democracia liberal occidental, y en demanda de un sistema internacional multipolar y de justicia.
Se debe tener en cuenta que para considerar a un Estado como influyente en la política mundial es necesario que sus capacidades militares, económicas, tecnológicas y culturales transciendan sus fronteras y los límites regionales, como para imponer una agenda internacional e influir en las decisiones del resto de los actores. Tomando en consideración estos criterios tanto China como Rusia califican como potencias emergentes12 que ponen en peligro la hegemonía estadounidense y que tienen un alto porcentaje de probabilidad si no de destronar completamente a EE. UU. de su hegemonía, por lo menos de medirse en condiciones de igualdad por el control mundial, lo cual necesariamente llevará a conflictos de diversas intensidades.
Esto obedece al desplazamiento progresivo de la dinámica económica mundial desde el Atlántico hacia el Asia Pacífico, en un proceso de debilitamiento de las potencias occidentales13, así como en la emergencia de movimientos de corte nacionalista-populistas, el desmoronamiento institucional internacional (OTAN, G-7, ONU, FMI, BM, OMC) que cuestionan el orden liberal internacional, con la emergencia de nuevos escenarios geoestratégicos, en los cuales EE. UU.,China y Rusia se mueven creando cambios estructurales que reconfiguran el sistema y que pueden ser contundentes a largo plazo convirtiendo a Eurasia en un nuevo centro de poder, modificando el tablero mundial (SERBIN, 2019).
El surgimiento de los BRICS14 (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) como economías emergentes en la década del 2000 mostraba el preludio de los cambios geoeconómicos que se estaban gestando y que podrían finalizar con cambios geopolíticos de tanta relevancia que implicarían la posibilidad de transmutar en un nuevo orden mundial con modalidades distintas a las establecidas por occidente. Los BRICS visibilizan el tránsito de la economía mundial desde la zona del Atlántico a la zona del Pacífico, erigiéndose en los benefactores de la globalización en detrimento de las economías del G7.
En el 2009, durante la crisis financiera, los BRICS asumieron una postura crítica ante las instituciones de Bretton Woods, planteando la necesidad de establecer coordinación política; algunos países BRICS en el marco del G20 lograron que se aceptaran reformas al FMI que difícilmente se habrían logrado desde la plataforma del G7 (NAVARRETE, 2012).
Prontamente, China y Rusia comenzaron a ejercer un mayor influjo en diversas zonas del mundo, como América Latina, Europa, África, además de sus zonas naturales de influencia, mientras EE. UU. se embarcaba en la guerra contra el terrorismo, en la cual iba perdiendo legitimidad ante la opinión pública mundial debido a los excesos que se fue permitiendo, como violaciones de derechos humanos en Afganistán, las políticas de espionaje de sedes diplomáticas, las mentiras sobre las armas de destrucción masiva en Irak, entre otras.
En este contexto de ideas, se puede afirmar “que el sistema internacional entró en una fuerte competencia entre las grandes potencias que reformatea el espacio geopolítico, geo-económico y geo-cultural global” (KARAGANOV, 2018 apud SERBIN, 2019, p. 25).
La reaparición de Rusia postsoviética en el escenario mundial
La disolución de la antigua Unión Soviética trajo consigo una serie de retos geopolíticos para Rusia15, la mayoría de las repúblicas de su antigua área de influencia (Europa del Este) estaban siendo absorbidas por occidente y la OTAN se estaba acercando demasiado a sus fronteras, atentando contra la seguridad y el interés nacional ruso. La visión pragmática de Putin, aunado al repunte de los precios del petróleo durante la década de 2000, sorprendieron al mundo con el resurgimiento de Rusia, lo cual se logró bajo un esquema orientado a promover un espacio de integración regional euroasiática que reivindicaba la geoeconomía como herramienta de negociación y estrategia útil a los intereses rusos, pero que también servía para contener cualquier intromisión externa. Los grandes foros económicos y comerciales impulsados desde Rusia (Foro Económico de San Petersburgo-Cumbre Mundial de países exportadores de Gas) con sus países vecinos también indican que la antigua política militarista de la URSS ha sido reversada por mecanismo más pacíficos y donde se pueden obtener mayores ganancias económicas.
El poder y la capacidad de actuación rusa ha transcendido los temas económicos y energéticos16, la participación militar de Rusia en la Guerra contra Siria, así como el papel determinante para el fin de este conflicto armado, ha puesto en evidencia que esta potencia mundial no solo quiere participar en asunto de índole económicos y comerciales, sino que es un claro mensaje al mundo sobre sus capacidades militares, así como una oportunidad para poner a pruebas todos sus sistemas de defensa militar.
Rusia ha logrado posicionarse en asuntos extra-regionales, como lo demuestran sus asociaciones con países de América Latina, caso específico de Venezuela, donde posee importantes inversiones en petróleo y gas, así como intercambios en materia militar, situación que la pone en rivalidad inmediata con EE. UU. y su habitual dominio de la región Latinoamericana. En el continente africano, Rusia posee vínculos directos con los gobiernos de Suráfrica, Angola, Argelia, Egipto, entro otros. Este escenario convierte a Rusia en un importante actor en las actuales dinámicas, por sus capacidades de interacción y generación de aliados en oposición ideológica y política con EE. UU.
El aspecto más relevante de la consolidación de las relaciones de Rusia con el resto de las economías en ascenso, es su acercamiento a China en asociación estratégica, la cual comenzó con la Russian-Chinese joint Declaration on a Multipolar World and the Establishment of a New International Order17 (1997) en el que se establecía la necesidad de crear un orden multipolar en el que China y Rusia pudieran desempeñar el papel de potencias junto con EE. UU., conjugando la Doctrina Primakov rusa y los cinco principios de la coexistencia pacífica chinos18. También llegaron a un acuerdo sobre delimitación de fronteras, el cual se selló con el Treaty of Good-Neighborliness ond Friendly Cooperation Between the People's Republic of China and the Russian Federation19 (2001) para contribuir al “mantenimiento de la paz, la seguridad y la estabilidad en Asia y el mundo” y “promover y establecer un nuevo orden mundial justo basado en principios y normas de leyes internacionales universalmente reconocidos”, así como “reforzar la asociación cooperativa estratégica de igualdad y confianza” (art. 10).
En 2005 China y Rusia reafirman su deseo de configurar un nuevo orden mundial al realizar la Declaración Conjunta China-Rusia sobre el orden internacional para el siglo XXI con la que ratifican lo sostenido previamente. Esta Declaración también fue una respuesta a las acciones estadounidenses para combatir el terrorismo, plantea crear un orden beneficioso a los intereses nacionales ruso y chino, con un eje de poder alternativo cuyo centro se localiza en Eurasia, para competir con Occidente impulsando el multilateralismo y creando un relato internacional más plural e inclusivo que abarca a las diversas culturas y civilizaciones. En los años siguientes esta asociación estratégica se ha afianzado notablemente.
Emergencia de China como potencia económica
En el caso de China, ha sido arrollador su arribo en la política mundial, de ser uno de los países más pobres del mundo en 1960 pasó a convertirse en la segunda potencia económica actual, con proyecciones favorables a ocupar el primer lugar. En buena medida la apertura comercial y económica emprendida en la década de 1970 por el país asiático, le generó acumulaciones de capital y riqueza derivada de la manufactura, la industria y la tecnológica. Ahora estamos frente a una de las potencias económicas de mayor dinamismo y cooperación internacional. Sus relaciones con el mundo básicamente están sustentadas en lo económico y comercial, es el método con el que China se ha planteado influir en las decisiones globales.
Para lograr su inserción en las actuales dinámicas mundiales China tuvo que ingresar en 2001 a la Organización Mundial de Comercio (OMC), después de más de una década de negociaciones, lo cual constituyó un hito que reafirmó el modelo de apertura económica iniciado a fines de la década de 1970. Con ello entró en competencia con los principales mercados globales, en principio como territorio de mano de obra barata y lugar más propicio para la inversión, lo que le permitió recibir transferencias tecnológicas y crecer más allá de sí misma. De tal forma, pasó de ser el proveedor de productos de consumo masivo, genérico y a bajos precios, a ser una de las principales potencias tecnológicas, gracias a las transferencias y al alto financiamiento en ciencia y tecnología. Iniciándose una nueva competencia geoeconómica, en la cual China apunta hacia la globalización, la consolidación de una nueva institucionalidad financiera fuera del dominio del dólar, que le garantice mercados para su producción, materias primas y posicionarse estratégicamente en distintos puntos del planeta para resguardar su seguridad.
Todo esto lo ha construido mediante un plan estratégico que consiste en acumular oro, desprenderse gradualmente de los bonos del tesoro estadounidense en su poder, trabajando en un sistema swift para las transacciones internacionales que le resguarden de las sanciones financieras estadounidenses, blindándose en torno a una serie de instituciones como el Banco Asiático de Inversión (2014)20 para implementar un modelo de intercambio de productos y servicios prescindiendo del dólar. Durante el año 2016, el Yuan, la moneda China, fue reconocida como moneda de reserva internacional, junto al dólar, el euro, el yen, la libra esterlina y el franco suizo.
Así mismo se planteó la Iniciativa de la franja y la Ruta21 conocida como la nueva ruta de la seda, la cual no es más que un plan geoestratégico y geoeconómico, presentado como una iniciativa de cooperación internacional de componentes económicos, financieros, culturales y de seguridad. Abarca vínculos entre China, Europa, América, África, Asia Central, Medio Oriente, con los cuales se pretende crear infraestructura (oleoductos, gasoductos, ferrocarriles, puertos, bases militares).
Sin embargo, desde la perspectiva estadounidense significa un plan para dominar el mundo usando la trampa de la deuda y evitar críticas sobre derechos humanos; pero para los países involucrados representa la posibilidad de captar inversiones, crear fuentes de trabajo y activar el desarrollo, mientras China sostiene que: “Tiene por objetivo promover la coordinación, la interconectividad de las infraestructuras, la facilitación del comercio, la cooperación en materia financiera y la comprensión mutua, a fin de promover y ampliar las áreas de cooperación entre las Partes” (DECLARACIÓN ESPECIAL DE SANTIAGO, 2018).
Consideraciones finales
El sistema internacional actual se encuentra en medio de diversos conflictos y fenómenos de carácter social, económico, ambiental y políticos, que han puesto en evidencia las debilidades y crisis de legitimidad de las instituciones internacionales diseñadas para dar respuesta y soluciones. Los conflictos en el mundo árabe, las grandes migraciones desde África del Norte hacia Europa, la gran caravana de migrantes en Centro América hacia EE. UU, las crisis políticas y económicas en Venezuela, Bolivia, Argentina o Brasil, así como las conversaciones entre Corea de Norte y EE. UU., por nombrar algunas, hacen de la agenda internacional un espacio confuso y de desenlaces inesperados para la estabilidad política global. Las actuales circunstancias hacen del mundo un campo incierto e inestable.
La aparición de la Pandemia a causa del COVID-19 sirvió de catalizador de las múltiples crisis que estaba experimentando el sistema internacional y estatal, en la que destaca las deficiencias del sistema de salud público, y pone en evidencia la incapacidad de respuesta internas y externas de gobiernos, estados, instituciones y sistemas de integración en el mundo, especialmente en Europa y EE. UU. En pleno inicio de la segunda década del siglo XXI, cuando teóricamente se han intentado bajo múltiples formas de colaboración construir un mundo cooperativo/solidario en la lucha contra los problemas comunes a la humanidad; las respuestas de los Estados ante la pandemia han sido individualistas, disímiles y de cierta forma antiglobalizadoras.
No obstante, a pesar de la crisis de legitimidad, de difusión del poder y de ruptura del Estado nacional, el Estado sigue siendo el actor central, demostrando ser la única estructura con cierta posibilidad de maniobra y de respuesta para contrarrestar la crisis sanitaria en los distintos territorios; lo cual podría traer en principio, como primer escenario posible, un retorno del estado, de la nación, de la producción nacional y de las economías nacionales, dentro de un contexto en que se avecina una crisis global y en la que las demandas de los ciudadanos con respecto a salubridad, empleo, seguridad social y alimentaria, serán de gran relevancia.
La realidad demostró que la identidad europea, el mercado único y la Europa sin fronteras no es tan sólida como se pensaba, que EE. UU. cada vez está más lejos de manifestar interés, voluntad y capacidad para liderar una respuesta a los problemas mundiales y de sus aliados, por lo tanto, va dejando espacios libres en el liderazgo mundial, cambiando las dinámicas de poder que puede ser asumido por Estados que estén en mejor posición para hacerlo, es el claro ejemplo de Rusia y China, los cuales han controlado mejor la crisis internamente y a su vez han podido suministrar ayuda a los países más afectados (Italia, España, Irán, EE. UU). Por tanto, mientras Occidente se va inclinando hacia un progresivo proceso de desglobalización, China y Rusia aprovechan el momento para apostar por un particular tipo de globalización y expandir su influjo. Esto traerá a largo plazo efectos geopolíticos y geoeconómicos importantes.
Desde el punto de vista geoeconómico, la pandemia, ha demostrado la fragilidad implícita en la interdependencia económica de los Estados en momentos de crisis, especialmente, en lo que a la cadena de suministro y a la demanda se refiere. En cuanto a la economía mundial, que venía en crisis desde 2008, la pandemia aceleró un proceso de recesión global la cual puede ser peor que la del año 1929, ya los mercados bursátiles han caído estrepitosamente, provocando millonarias pérdidas a las élites financieras mundiales, así como las economías petroleras han sufrido una de las peores caídas de los precios del petróleo, la anunciada desaceleración económica mundial es inminente, acentuando las asimetrías, pues sus efectos no serán igual para todos. Ante esto se prevé que muchos inversionistas empiecen a comprar oro y bitcoin como ha aconsejado Goldman Sachs a sus clientes (REUTERS, 2020), y es posible que los mercados emergentes asiáticos logren una recuperación más temprana, lo que pudiera considerase como una posibilidad de transformación del sistema financiero que conocemos, pero dentro de un proceso de mutación capitalista.
Desde el punto de vista geopolítico, los Estados que logren el control de la pandemia más pronto, tendrán la posibilidad de implementar más rápidamente medidas tendientes a recuperar sus economías, más aún si cuentan con mercados internos desarrollados y suficientes materias primas; por ahora pareciera que son justamente China y Rusia los que tienen el mejor panorama al respecto, además cuentan con un potencial militar, económico y tecnológico que le avala. Si China logra consolidar el proyecto de la Ruta de la Seda podría trasladar el centro mundial de decisiones hacia la Eurasia. No obstante, esto no significa el triunfo definitivo sobre Occidente, no es posible predecir qué direcciones tomarán las políticas exteriores de Europa o de EE. UU., esto depende de un escenario internacional que varía muy rápidamente. Lo más probable es que la guerra comercial entre EE. UU. y China que inició en 2018 continúe y tienda a recrudecer, especialmente, bajo una matriz de opinión en la que se acusa a China de tener responsabilidad sobre la pandemia. Los escenarios de guerra son muy probables toda vez que históricamente la guerra ha sido la manera utilizada por las potencias para salir de las crisis y apropiarse de los recursos necesarios para mantener su poder.
En cuanto a otros escenarios, hay conflictos abiertos que no se han resuelto como en el Medio Oriente (Siria, Irán, Irak, Yemen, Palestina, Israel) y que una vez pasada la pandemia continuarán dando elementos para el análisis, mucho de lo que allí ocurra definirá el rumbo que tomará la nueva geopolítica. Con respecto a América Latina el escenario inmediato de mayor interés se centrará en los aspectos económicos y en las diversas crisis políticas de la región. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2020) estima una contracción de -1.8% del PIB en la región, cuyo mayor impacto recaerá en los grupos poblacionales más vulnerables, de igual forma, es probable que se produzcan retrocesos en materia de derechos sociales, en buena medida por la reducción de la inversión social por parte de los Estados. Tal situación estará acompañada por la caída y lenta recuperación del precio del petróleo y otras materias primas, además de la lenta reactivación de los sectores de servicios y turismos internacional. En este contexto también seguirá en la agenda la situación de Venezuela y la permanente amenaza de intervención militar, no obstante, una hipotética situación bélica en la zona de esas dimensiones, generaría una gran inestabilidad política y económica con impactos impredecibles.
No sólo las hegemonías, los Estados y las instituciones están en disputa para hacerse un lugar privilegiado en la reconfiguración mundial, los ciudadanos y los grupos sociales también encarnan una disputa, la cual gira en torno a las formas de humanismos que se podrían implementar, así por ejemplo actualmente algunas formas de fascismo representados por dirigentes de algunos gobiernos cuentan con apoyo ciudadano, mientras otros grupos humanos claman por formas más solidarias e inclusivas. Las posiciones tomadas en torno al trato de las migraciones masivas dan testimonio de ello.
Hasta el momento, la práctica ha demostrado que vivimos en un mundo cuya estructura internacional es inestable, débil e incapaz de consolidar un nuevo orden que garantice la paz, la seguridad y la estabilidad de los gobiernos, ciudadanos y Estados, en consecuencia la humanidad sigue a la deriva, colocando su destino en manos de un sistema de estados que buscan afianzar sus proyectos e imponer nuevas formas e ideas de gobernanza global, que a fin de cuentas no termina de concretarse en el horizonte. Las características que podría tener ese nuevo orden mundial no están claras, solo se vislumbran algunas tendencias que se han destacado en esta investigación, pero lo cierto, es que hay una gran necesidad de redefinir alianzas, normas internacionales, funcionamiento de organismos gubernamentales y no gubernamentales, y esto va a depender de qué se pretenda preservar, si se acentúa el interés por la vida humana y la de otras especies, o si se acentúa el interés por preservar el poder, también va a depender de cómo se pretenda hacer esto, si a través de la cooperación o a través de la confrontación y el uso de la fuerza.
Referencias
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BARBE, Esther, Relaciones Internacionales. Barcelona: Editorial Tecnos, 2007.
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Autores:
Yetzy Urimar Villarroel Peña.
Universidad Simón Bolívar, Baruta, Venezuela
yvillarroel@usb.ve
Adriana Patricia Castaño Román
Universidad Simón Bolívar, Baruta, Venezuela
antigonaamorosa@gmail.com
Luis Javier Ruíz
Universidad Simón Bolívar, Baruta, Venezuela
luisjaruiz@gmail.com
Articulo publicado originalmente en: Revista Conjuntura Austral
Rev. Conj. Aust. | v.11, n.55 | jul./set. 2020